viernes, abril 28, 2006

JESUS DIAZ. A CUATRO AÑOS DE SU MUERTE

Tomado de Cuba Encuentro.com

Los escritores vuelven


'Las cuatro fugas de Manuel': la posibilidad de que el lector francés se acerque a una herida abierta de la nación cubana.

Raúl Rivero, Madrid

viernes 28 de abril de 2006 6:00:00


El más grave asunto de los amigos y los enemigos (públicos y disimulados) de los escritores muertos es que esa gente siempre regresa, nunca se va definitivamente. Así es que todo el trámite, el brumoso ceremonial de la despedida, los artículos, notas y esquelas de condolencia, los vinos y los rones de los brindis, se evaporan junto con las probables lágrimas selectas, en cuanto uno abre las páginas de un libro.

<--Portada del libro Las cuatro fugas de Manuel

Por eso, sin que se hallan convocado esta noche en París los buenos oficios de Allan Kardec, cierto rumor, cierta presencia casi física de Jesús Díaz, acompaña la presentación de Las cuatro fugas de Manuel en francés, un Manuel condenado con todo el amor del mundo a seguir huyendo, al menos estas cuatro veces, en muchos idiomas y para siempre en la historia de la literatura que se escribe en español.

No voy a contar la novela, ni a hablar de Física y de Ucrania y de las aventuras del personaje, porque hemos venido a convocar a los lectores a que lean el libro. Me gustaría contarla porque antes, mucho antes de leerla con el disfrute de tocar el papel y oler las páginas, Jesús me la contó por teléfono desde Madrid.

Tengo en la memoria la historia central, el hilo del relato y los matices, los meandros, los hondones y los comentarios que Jesús Díaz me trasmitía para que entendiera mejor el rumbo de la historia y también como noticias de su vida en Europa, donde su refugio más seguro y cálido eran Pablo, Claudia y Manuel, los libros, la música (Celia Cruz que cantaba y volvía a cantar Bembá colorá) y algunas aventuras de otoño que hacían resucitar de repente a un empedernido galán de Luyanó.

Tengo aquellas Cuatro fugas como lo que es: un relato único, irrepetible, interrumpido por frases de humor y de amargura en una proporción balanceada, allá arriba en mi cabeza directamente en la voz de Jesús, que a veces tosía y respiraba hondo y hacía unas pausas que parecía que la policía había tumbado otra vez la línea telefónica.

Quiero entonces comentar esas apariciones, esos regresos, esa permanencia de Jesús Díaz, que tienen una traducción tangible en nuestro crispado entorno material.

Diez años de 'Encuentro'

Ahí está, ya en sus diez años, la Asociación Encuentro con su revista, su periódico y los portales, las salas y los traspatios del universo de la red. Y está en todo el esplendor de la polémica, viva y abierta al debate, atacada con saña, como debe ser, y defendida con argumentos, como está establecido. Con apuros y oquedades, que nada debe faltar para que conserve su diseño humano.

Ahí están todos sus libros, su obra —hasta los poemas nerudianos que escribió de joven y se los asignó inmisericorde a unos indefensos personajes de Las palabras perdidas— y este libro que traemos hoy, al que le seguiría, ya nunca sabremos por qué, una novela sobre el Diablo.

También pudo haber sido una broma, porque yo no sé realmente si Jesús creía en el Diablo.

A quienes conocía muy bien era a los tipos diabólicos. Arrimó, como yo arrimé, unos ramajes al infierno que instalaron allá y cuando aprendió, tocó y sufrió la intensidad del suplicio, los denunció con elementos irrebatibles y salió a trabajar para que en el mundo se conociera el dolor del fuego.

No estoy hablando de un vengador errante, ni de un luchador social, sólo de un escritor, un tipo que amaba contar cosas, alguien que cuando en sus funciones de director de una publicación —porque también tuvo esa manía— cometió errores o fue injusto, los reconoció y pidió disculpas con nombres y apellidos.

Lo que pasa es que la mediocridad y el poder ciego no están preparados para entender a los escritores auténticos, y él escribió en su país y lo leyeron. Salió al exilio y siguió haciendo historias y lejos de sus lectores naturales, se agenció otros. Otros, como pueden ser las personas a quienes hemos venido a presentar en Francia Las cuatro fugas de Manuel.

Agradezco mucho a la casa editorial Gallimard la posibilidad de que el lector francés se acerque, a través de esta novela sin ficción, a una herida abierta de la nación cubana. Y, en el plano personal, le agradezco que me haya invitado hoy a encontrarme en París con mi viejo amigo Jesús Díaz.

* Texto leído en el homenaje a Jesús Díaz, en la Casa de América Latina en París, 24 de abril de 2006.





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Tomado de Cuba Encuentro.com

Un escritor y algo más

( A propósito del cuarto aniversario de la muerte en Madrid de Jesús Díaz.)

Carlos Victoria, Miami

viernes 28 de abril de 2006 6:00:00

Jesús Díaz fue el primer escritor verdadero que vi en carne y hueso. Yo tenía 15 años, escribía desde muy niño, leía montones y montones de libros, pero hasta entonces sólo había visto a mediocres poetas de mi Camagüey natal.

Unos meses antes me había mudado para La Habana, para estudiar en una escuela en Tarará. Y poco más tarde me gané un premio de cuentos en un concurso que la revista El Caimán Barbudo había convocado para su primer número. Esa fue la gran sorpresa de mi vida. Fui a un local en El Vedado para recoger mi diploma y mi dinero; creo que eran 50 pesos, lo que para mí significaba una fortuna.

Yo nunca había oído hablar de Jesús Díaz, el director de aquella nueva revista, con quien hablé por teléfono y me dio cita en aquella casona. Cuando llegué estaba en un portal, fumando, gesticulando, discutiendo con dos o tres personas. Yo estaba muy nervioso y recuerdo, como en un sueño, que primero bromeó mucho conmigo, porque yo era prácticamente un niño. Lo miraba perplejo porque nunca había conocido a alguien así, que derrochara tanta energía en las palabras y los movimientos.

Después me entregó el dinero y el diploma, y por último empezó a elogiar mi cuento. Pero no pudo acabar el elogio: en ese instante alguien vino a decirle que se había ganado el premio Casa de las Américas. Entonces abrazó al hombre que le había dado la noticia, se puso a dar brincos y luego me cargó y me elevó como si yo fuera un muñeco. No fue una proeza física: yo pesaba cuando más 100 libras.

Después de soltarme me dejó con la palabra en la boca, cuando trataba de felicitarlo. Se fue a toda carrera, como era natural, a compartir su alegría con otra gente, y se olvidó de mí. Fue la única vez que lo vi en Cuba. Fueron quince minutos, tal vez veinte.

Reencuentro

Luego pasaron casi 30 años. En una novela o un relato, esta breve oración sería un golpe de efecto. Pero la vida de uno no es ni una novela ni un relato.

Cuando uno dice casi 30 años, cuando cualquiera dice casi 30 años, o para hablar de mí, de Jesús, de muchos de nosotros los cubanos, déjenme precisar, cuando un cubano de estos tiempos dice "pasaron casi 30 años", y no quiere decir qué pasó en ese tiempo, simplemente dice "pasaron casi 30 años" y ya está, uno sabe que no es un golpe de efecto. Uno entiende.

Jesús Díaz (La Habana, 1941-Madrid, 2002). -->

Alrededor del año 1992, casi 30 años después de aquel feliz encuentro, porque sin duda fue feliz para ambos, por razones distintas pero parecidas, y además ninguno de los dos podía prever qué ocurriría en esos 30 años que iban a pasar; en el año 1992, repito, alguien me dijo que Jesús Díaz había escrito una buena novela. Él vivía en Alemania en ese entonces, y era evidente que no pensaba regresar a Cuba. A mí me dieron ganas de leer su novela.

Tengo que confesar que los cuentos de Los años duros, que leí tan pronto se publicaron en el 66 o en el 67, nunca me gustaron del todo. Estaban bien escritos, eso sí; sin duda, aquel hombre que me había dado los 50 pesos, aquel hombre que me cargó, era un escritor, el primero que había conocido. Pero al leerlos me quedé esperando algo más de él, de su literatura.

Luego empecé a confundir al Jesús Díaz escritor, del que esperaba tantas cosas, con el Jesús Díaz hombre, entregado a una causa que siempre me fue ajena. Y terminé pensando que el hombre había devorado al escritor. Que ese hombre entregado a esa causa había matado al escritor. Al menos para mí.

Pero casi 30 años después leí esta novela que alguien me había recomendado, esta novela que se llamaba Las palabras perdidas. Y encontré en ella al escritor pleno, al que había esperado en mi adolescencia y luego había descartado para siempre, con esa arrogancia que uno puede tener al juzgar a los demás.

Uno se vuelve juez y condena a la gente para siempre, como si la vida y la gente fueran simples. Como si todo fuera blanco y negro. Pero leyendo Las palabras perdidas me alegré de haberme equivocado, de haber hecho un mal juicio, de que todo no fuera así tan simple, de que todo no fuera blanco y negro. Porque Las palabras perdidas es una buena novela. Y cualquiera no escribe una buena novela. Sólo un verdadero escritor.

El escritor y el hombre

Un año después, en 1994, me encontré con Jesús Díaz aquí en Miami. Almorzamos juntos en un restaurante en la Calle Ocho. Andrés Reynaldo y Jorge Dávila propiciaron ese encuentro. Y les doy las gracias a los dos. Porque fue un gusto enorme pasarme un par de horas con Jesús Díaz, el escritor y el hombre.

Hablamos mucho, pero curiosamente no hablamos de política. Hablamos de aquella vez que nos vimos, y luego hablamos de literatura. Al final, antes de despedirnos, nosotros mismos nos asombramos de que en dos horas no hubiéramos ni siquiera mencionado un nombre, un nombre que yo particularmente aborrezco, y que a diferencia de mis compatriotas, evito pronunciar siempre que puedo. Luego nos abrazamos y nos prometimos enviarnos libros.

Siempre he pensado (antes lo pensaba ingenuamente, y ahora lo pienso por pura obstinación, porque todas las evidencias están en mi contra) que el escritor no sólo debe ser un buen escritor, sino que debe tener algo más. Algo así como una integridad, como una cierta grandeza de espíritu. Mi amigo el pintor Ramón Alejandro dice que ese es mi costado protestante, mi ética protestante, el residuo de mi formación protestante, porque de niño me crié en una secta evangélica, aunque desde que me hice adulto me distancié de cualquier religión. Pero no es eso.

Me refiero a otra cosa que nada tiene que ver con religiones ni con ideologías. Cuando hablo de integridad, de grandeza de espíritu, no pienso en moralismo ni en mojigaterías, ni en esas cualidades que exigen a sus miembros el Partido Comunista o ciertas iglesias. Y por supuesto, sé también de sobra que la conducta del escritor muy poco o nada tiene que ver con su literatura.

Han existido siempre, existen todavía, grandes escritores que en lo personal han sido, o son, mezquinos, oportunistas, malas personas, gente plagada de terribles defectos, vanidosas, injustas, cobardes, ofensivas, gente de la que uno jamás quisiera ser amigo. Y sin embargo, eso no disminuye, no daña en lo absoluto la calidad, la fuerza de sus obras. Pero yo, terco que soy, pienso que el escritor debe ser algo más que un buen escritor. Por lo menos me doy el gusto de pensarlo.

Hoy quiero decir que en los últimos años vi en Jesús Díaz algo más que un buen escritor. Vi algo de eso que me gustaría que todos los buenos escritores tuvieran. Vi una integridad. Lo vi tendiendo puentes. Mordiéndose la lengua para no contestar un insulto con otro vituperio. Lo vi reconociendo, promoviendo a escritores que pocos habían querido promover, como Lorenzo García Vega. Lo vi tratando de poner a escritores del exilio en el mapa literario hispano, a través de su revista Encuentro.

Pero todavía más: lo vi hacer algo, en varias ocasiones, que muy pocas figuras públicas cubanas han hecho, no digamos varias veces, ni siquiera una vez: admitir en voz alta su culpa. Reconocer que estuvo equivocado. Que cometió graves errores. Es más: lo vi pedir perdón. Porque Jesús Díaz en más de una ocasión pidió perdón. Y para hacer eso no sólo basta ser un buen escritor: hay que tener también cierta grandeza.

* Texto leído en el Homenaje a Jesús Díaz, durante la Feria del Libro de Miami, 2002.

1 Comments:

At 10:40 p. m., Blogger enma espinosa said...

Qué interante articulo. gracias

 

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