jueves, noviembre 30, 2006

RÉQUIEM POR EL SABOTAJE

Tomado de Cuba Encuentro.com

Réquiem por el sabotaje

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Frank País García: ¿Un pacífico luchador que no creía ni en Dios?
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Por Leonardo Calvo Cárdenas, Ciudad de La Habana
jueves 30 de noviembre de 2006 6:00:00




Parece ser verdad aquello tantas veces repetido de que la historia la escriben los vencedores. En el caso de lo que por tradición se ha consentido en llamar revolución cubana han sido ampliamente comentadas las manipulaciones, tergiversaciones, omisiones y ocultamientos con que el poder establecido pretendió crear y apuntalar la imagen del régimen y, sobre todo, dar fundamento y justificación a sus comportamientos y designios, aunque para ello haya tenido que barrer con la verdad histórica.

Una de las últimas hazañas del gobierno cubano en este campo fue una semblanza de Frank País García, quien combatió contra la dictadura de Fulgencio Batista (1952-1958), en ocasión de cumplirse el aniversario 49 de su muerte. La caracterización omite totalmente toda referencia a su militancia y compromiso religioso, así como el nombre completo de su cargo: jefe de acción y sabotaje, y lo define, ora como jefe de acción a secas, ora como jefe de acción clandestina del Movimiento 26 de julio.

( Frank País, jefe de acción y sabotaje del Movimiento 26 de julio.)

En el primer caso cuesta trabajo entender que se niegue u omita algo que era tan caro al "entrañable compañero de lucha". ¿No se acepta ya que los revolucionarios puedan reconocer y practicar abiertamente las creencias religiosas que tuvieron que esconder durante años? Acaso con la omisión se pretende inducir que el personaje tenía alguna tendencia comunista o podía "comulgar" ideológicamente con el devenir posterior de esa revolución que antes era, según la predica de sus líderes, nacionalista y humanista.

Valdría la pena saber qué piensan de tamaña tergiversación los hermanos de fe de Frank País, que pocas horas después del interesado olvido mediático se dieron públicos golpes de pecho a favor de la salud del gobernante que más ha agredido al ejercicio de la libertad religiosa en el hemisferio occidental.

El pasado y la violencia

Por otra parte, convertir al temido jefe de acción y sabotaje en cualquier otra indefinida cosa puede ser el reconocimiento tácito, tardío e insuficiente de que ningún propósito u objetivo justifica utilizar la violencia y el terror para poner en peligro las vidas de personas inocentes e indefensas.

¿Acaso al gobierno no le tiembla la mano para ejecutar a sus héroes y reprimir a sus opositores pacíficos, no le alcanza el valor para asumir de manera consecuente sus acciones pasadas, o para reconocer abiertamente lo negativo de aquel proceder más allá de las coyunturas históricas?

Está claro que el descrédito y rechazo que felizmente provocan en estos días esas prácticas violentas impulsa a las autoridades cubanas a intentar limpiar su imagen con la manipulación de términos, conceptos y denominaciones, pero los hechos de ayer y hoy hablan por sí solos.

Son bien conocidas las cien bombas que distribuyó en La Habana, en una sola noche, el combatiente Sergio González, homólogo capitalino de Frank País. Suerte que le decían "el curita". ¿Qué tipo de acción se disponía a realizar el comandante René Collazo, cuando el artefacto explosivo que portaba le estalló en las afueras de su natal Artemisa, mutilando la mitad de su cuerpo, limitación que no le impidió luchar por la democracia hasta sus últimos días, sin negar jamás su pasado?

Ni qué decir de las consecuencias fatales de aquellas acciones de incómoda recordación. Se rememora, a veces, la muerte de los revolucionarios guantanameros que el 4 de agosto de 1957 fueron víctimas del accidental estallido de su depósito de explosivos; sin embargo, nada se dice nunca de las dos víctimas adicionales de la bomba que costó la vida a la joven luchadora clandestina Urselia Díaz Báez en el céntrico Teatro América de La Habana.

La nueva tergiversación parece indicar que ya ni siquiera se alcanza el acostumbrado doble rasero con que los líderes cubanos tratan el delicado tema. Ese por el cual, mientras la acción violenta destinada a lograr un objetivo político es realizada por enemigos políticos o ideológicos, es terrorismo, y si la misma es ejecutada por los "hermanos de lucha", es calificada como acto revolucionario o de liberación nacional, según sea el caso.

Vocación verdadera

Pero de poco sirve intentar falsear la historia. ¿Acaso no son terrorismo de Estado los mítines de repudio, las amenazas y agresiones físicas contra los activistas de derechos humanos y periodistas independientes, destinados a impedir, mediante el miedo inducido, que el descontento y el rechazo cada vez más extendidos en la población se conviertan en oposición abierta y organizada?

El desenfreno de la intolerancia elevado al rango de política de Estado es el sabotaje permanente a esa dignidad y libre albedrío de los individuos, que los revolucionarios tanto juraron defender mientras se ofrecían como salvadores de la nación al son del petardo y la metralla.

Con su pretendida falsificación burda de la historia, los líderes históricos reniegan de manera poco elegante de su pasado, pero esto de poco sirve, porque con su actuación cotidiana retratan una y otra vez de cuerpo y alma su verdadera vocación.

Sería, por demás, muy interesante ver qué siente una persona de tan recio carácter como el "saboteador en jefe" al percatarse de que sus hermanos de lucha lo han despojado a conveniencia de sus dos más reconocidas pasiones: la fe cristiana y la violencia fraticida.