viernes, junio 29, 2007

LA MUERTE QUE NO LLEGO A TIEMPO

La muerte que no llegó a tiempo


Por Vicente Echerri

Si hay algo lamentablemente escandaloso en los planes de la CIA de asesinar a Fidel Castro --según revelan los documentos que acaba de sacar a la luz esa agencia de espionaje-- es la ineptitud o la torpeza responsable de su fracaso. La eliminación del líder cubano, como paso previo a la destrucción de su régimen, antes de que éste arruinara a todo un país, envileciera a una nación entera y se convirtiera en un gigantesco incordio mundial, no sólo habría sido un acto de sabiduría política, sino también de profilaxis internacional en beneficio de la civilización occidental y de la raza humana. Pocas veces la CIA habría hecho algo tan ''justo y necesario'', aunque se valiera de la mafia.

La supervivencia de Castro y de la revolución cubana (que no consiste en ningún sueño malogrado de transformación social, como siguen pensando algunos incluso en esta orilla, sino en la violenta imposición de la canalla) ha sido tan nefasta para el pueblo cubano y tan agresora del orden global encarnado por Estados Unidos que pocos errores tan graves y costosos podrían apuntársele a este país a lo largo de toda su existencia. ¡Cuántos crímenes, cuántas prisiones, cuánta ruina, cuántas acciones terroristas se le habrían ahorrado a la humanidad si un balazo o una cápsula de cianuro hubiese interrumpido a tiempo esa vida nefasta!

Sin embargo, aunque el gobierno norteamericano contemplara la aplicación de este recurso y diera su visto bueno a la CIA para que lo llevara a cabo, el plan que se desprende de los documentos oficiales revelados esta semana muestra una gran improvisación e ineficacia, indigna de la fama que alguna vez respaldara a la todopoderosa ''compañía''. Confesar que la CIA quiso matar a Castro y que, gracias a unas ridículas desconexiones, este proyecto fracasó y Castro sigue vivo y en el poder casi medio siglo después es, sin duda, un oprobio.

El resultado más repugnante de este fracaso es comprobar que la sola tenencia del poder durante todo este tiempo --sin ningún otro aporte, logro o cualidad que lo justifique-- puede otorgarle legitimidad, en opinión de algunos, a un gángster crapuloso, a su camarilla y a sus vástagos. Cuando aquí y allá se oyen opiniones que recomiendan ''reconciliación'' y ''diálogo'' para resolver el problema de Cuba, la idea que respalda tales pronunciamientos es la de la previa concesión de legitimidad al castrismo sin más razón que su mera supervivencia. Aún somos muchos los cubanos que seguiremos rechazando esa propuesta --y que seguiremos pidiéndole a Washington que la rechace-- porque conlleva, precisamente, el reconocimiento de un orden espurio que se impuso en nuestro país por engaño y por fuerza y que por esos mecanismos se mantiene.

Este punto, creo yo, marca la gran cesura que divide a los que opinamos sobre Cuba y, fundamentalmente, a los que opinamos desde el exilio cubano, al extremo de que todo el discurso a ese respecto puede reducirse a una simple contradicción entre los que creen que la revolución es un orden legítimo o que ha llegado a legitimarse gracias al tiempo (si bien distorsionado, traicionado, manipulado, etc., por Castro y su pandilla), a partir del cual debemos trabajar hacia cualquier proyecto nacional del futuro; y los que creemos que se trata de una imposición ilegítima que debe ser barrida y suplantada, aunque para ello sea menester la ayuda de terceros. Para estos últimos, el método que la CIA contempló y desechó hace más de cuatro décadas habría sido el más pertinente y expedito. Tal vez, como el propio Castro repetía no hace mucho, ''las ideas no se matan'', pero ciertamente se atenúan bastante cuando sus genitores mueren a tiempo.