martes, diciembre 11, 2012

Pedro Corzo: Reflexiones sobre los dictadores

Reflexiones sobre los dictadores

*********
El dictador se identifica más por su carácter que por el hecho de ocupar un poder político, religioso o económico. El dictador demuestra un profundo desprecio por la opinión ajena. Ignora el derecho que asiste a los que les rivalizan.
*********

 Por Pedro Corzo
Especial para martinoticias.com
diciembre 03, 2012

Es posible que muchos se pregunten qué es un dictador, qué factores definen a un gobernante con un calificativo que deshonra y por qué hay pueblos que soportan dictaduras cuando otros nunca las han padecido.

También es razonable indagar por qué un dictador disfruta de apoyo popular y lo que es más alarmante todavía: por qué un mandatario que accedió al poder violentando la institucionalidad puede conquistar de nuevo el gobierno con el apoyo electoral de una mayoría ciudadana.

Sin duda, son preguntas complejas que probablemente no tengan respuestas precisas, pero sí es evidente que hay culturas que tienen una fuerte propensión al gobierno fuerte, el liderazgo indiscutido, a la aceptación de una autoridad que asuma responsabilidades que aparentemente la mayoría ciudadana prefiere evadir.

Por supuesto que no todos los dictadores son iguales en propósitos y métodos y aunque entre ellos hay diferencias existen factores comunes que les identifican sin que importe la época, cultura, geografía, educación, ciudadana e ideología, si es que el dictador en cuestión se considera abanderado de alguna.

Dictador puede ser quien asume por decisión propia o por delegación una autoridad ilimitada que no está sujeta a cuestionamiento. El poder que detenta no está en discusión ni es sujeto de debate. El dictador es figura y genio de un propósito de gobierno cualquiera que este sea.

Los dictadores no admiten retos a su autoridad, pero no todos responden a los desafíos con igual brutalidad ni soportan con igual entereza las presiones de que son objeto por parte de la oposición.

El dictador se identifica más por su carácter que por el hecho de ocupar un poder político, religioso o económico. El dictador demuestra un profundo desprecio por la opinión ajena. Ignora el derecho que asiste a los que les rivalizan. El dictador es intolerante, sectario, y hasta paternalista en sus abusos.

El dictador gusta del elogio, de la adulación, de la sumisión a su voluntad. Disfruta de la historia y por lo regular está convencido de que con sus acciones está escribiendo los capítulos más gloriosos de la misma.

Para el dictador, envilecer a los que le apoyan, a los que se le oponen y hasta a los indiferentes, es un mandato que garantiza su perpetuidad. El envilecimiento ciudadano es su carta de triunfo y eso lo logra con los premios y castigos que dispensa a capricho de su voluntad.

Los dictadores son taimados, inescrupulosos, vendedores de promesas y hacedores de castillos en el aire, pero muy en particular, desconfiados, porque para ellos la lealtad es proporcional a los privilegios que otorgan.

Creen en los comentarios sin fundamentos y en ocasiones ellos mismos los promueven. El dictador es un mentiroso con talento, un hombre que conoce la gente que gobierna, que sabe de debilidades y grandezas. Cuenta con un aguzado sentido del qué hacer en los momentos de crisis porque conoce mejor que ningún otro conductor que su poder se asienta  tanto en su capacidad de  evaluar el entorno, como en lo oportuno de sus decisiones y en las contradicciones de quienes se le oponen.

El dictador no es un cobarde por naturaleza, como algunos gustan calificar. Puede ser un miserable pero su valor personal puede estar por encima del promedio del de sus conciudadanos. No es atinado confundir en un dictador la cobardía con su sentido de la prudencia o la pérdida de la motivación para gobernar. Los dictadores son victimarios por naturaleza, pero eso no implica que sean pusilánimes ni cobardes.

El valor personal de muchos dictadores es incuestionable porque la mayoría de ellos acceden al gobierno gracias a su disposición a correr riesgos, por su audacia y temeridad.

Las motivaciones que sostienen e impulsan a los dictadores pueden ser múltiples y complejas y responden a varios patrones por lo que, a pesar de posibles semejanzas en la forma de dispensar su autoridad y ejercer el liderazgo, las diferencias entre ellos son fácilmente apreciables por un observador aplicado.

Hay dictadores sumamente carismáticos, verdaderos seductores de masas e individuos. Personajes que poseen una capacidad excepcional en atribuirse los éxitos y distribuir las culpas. Son individuos agradables, obsequiosos y comprensivos cuando las circunstancias lo requieren. Con tales habilidades para intimar que su interlocutor puede llegar a creer que el dictador está bajo la influencia de su ingenio.

Este tipo de dictador es extremadamente peligroso por que su mesianismo es contagioso, y su afán de redención afecta la roca más insignificante de su reino. Ellos pueden dividir la sociedad y llevarlas a puntos de confrontación tan agudos que la comunidad puede llegar a resentir sus valores más trascendentes y abarcadores.

Bajo estos líderes los pueblos sufren metamorfosis alienantes. El rebaño es objeto de la voluntad de su conductor pero se cree sujeto en la personalidad de este. El individuo se hace infinitesimal ante el ardor de quien maneja sus miedos, frustraciones, aberraciones y sueños. Estos líderes son como los agujeros negros del cosmos, tienen tal capacidad de atracción que consumen  todas las luces e individualidades que le rodean.

Dichos líderes pueden estar inspirados por una especie de religiosidad. Se consideran elegidos e infalibles y cuando tienen el sostén de una ideología su capacidad de contaminación y destrucción se acrecientan. Crean una mística en su entorno y tienen la capacidad de generar sentimientos transcendentes en sus propuestas y hacer creer a sus seguidores en la constitución de un nuevo mundo y de un hombre diferente. Estos personajes por lo regular acceden al poder por medio de un proceso insurreccional, o a través de gestas populares que favorecen una especie de sacralización laica.

Pero también hay dictadores de naturaleza burocrática y aunque estos pueden responder a una casta u oligarquía y disfrutar de un poder omnímodo, rara vez llegan a disfrutar de la simpatía y el apoyo popular.

Estos dictadores son eficientes en controlar la maquinaria del poder y son tan trabajadores y crueles como requieran las circunstancias. Detentan el poder por su indiscutible capacidad para intimar y privilegiar al mismo tiempo.

En ocasiones este tipo de hombre fuerte hereda el mando ya sea por designación o por vencer en  luchas internas por el poder, y no pocas veces su autoridad es balanceada con la existencia de una contraparte que es quien en realidad designa a quien ostenta el liderazgo.

Por supuesto que hay dictadores de opereta. Individuos que han llegado al máximo liderazgo prácticamente sin proponérselo. Estos pueden ser tan crueles como el más iluminado de los líderes, pero son fácilmente influenciables, y sus propósitos pueden ser modificados sustancial y regularmente.

Hay dictadores que a través de las instituciones del estado instauran un férreo control sobre las actividades públicas. Ellos controlan las Asambleas Legislativas y los Poderes Judiciales a través de sinecuras,  y violencias de terceros si las condiciones lo demandan.

Este tipo de dictador gusta de elecciones y hasta permite ciertas libertades de expresión, aunque no cesa de amenazar ese derecho y conculcarlo cuando lo estima pertinente.  Su afán por el poder, a pesar de que lo renueve con el voto popular, le permite ver su cola de cercenador de libertades. Algunos ejemplares de estos dictadores tienen una fuerte propensión a obras materiales faraónicas a través de las cuales esperan perpetuarse.

También, y es posible que olvidemos alguna especie de estos vertebrados que causan tanto daño a la humanidad, existe el dictador capaz de sintetizar todos los atributos antes mencionados, y son los que no solo hacen historia para sus pueblos, sino que, como supernovas aberradas, irradian oscuridad durante siglos en la historia universal.