miércoles, abril 23, 2014

Dos pueblos, una tragedia. Andrés Reynaldo sobre Cuba y Venezuela


Dos pueblos, una tragedia

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¿Cómo pueden los demócratas combatir un asalto totalitario que avanza desde las instituciones del Estado, amparado en un triunfo electoral?
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Por Andrés Reynaldo
Miami
23 Abril 2014
Hace años que se lo decimos a los venezolanos: "Ustedes van por el camino de Cuba". Pero ellos responden: "Venezuela no es Cuba". Cierto, no es Cuba. Pero cada día se le parece más.

Los venezolanos se equivocaron al pensar que podrían sacar a Chávez y por extensión al chavismo con métodos democráticos. Las exuberantes debilidades de los personajes les impidieron notar la eficacia del proyecto totalitario. En la ilusión de que "esto se cae por sí solo" se diluyó la voluntad de unidad y acción. El apego a una institucionalidad que mal o bien había asegurado paz, progreso y alternancia política, los ató de manos. Olvidaron que la barbarie también puede llegar por las urnas.

Cuba ha facturado una formidable fórmula represiva que concilia el fascismo y el comunismo con el pensamiento revolucionario de América Latina. Nuestros nacionalismos invertebrados y autocomplacientes son una perfecta trampa dictatorial. La solidaridad latinoamericana con La Habana y Caracas va más allá del compadrazgo de narcotraficantes y ladrones. Se trata de una morbosa seña, en el sentido freudiano, de conservación tribal. La crítica al  castrismo y al chavismo implica también una crítica de nuestra esencia.

El gran dilema: ¿cómo pueden los demócratas combatir un asalto totalitario que avanza desde las instituciones del Estado, amparado en un triunfo electoral? Esta embestida encierra a la oposición en una desgastadora burbuja retórica, al privarle de las garantías y los medios que permiten su ejercicio. A su vez, en el desesperado afán de preservar su identidad y complacer a una indiferente opinión mundial, las fuerzas democráticas adoptan el suicida credo de renunciar al terror contrarrevolucionario. La dictadura solo teme a la calle.

La restauración democrática exige igualmente una contrarrevolución cultural. Al igual que en el Chile allendista y en la Nicaragua de Ortega, en Venezuela ha prendido una cultura revolucionaria que aboga por una radical refundación. Al margen de las máscaras ideológicas y nacionalistas, sus postulados apelan a todo aquel interesado en pertenecer a una elite que goce, cada quien en su respectivo potrero, de oportunidades de superación, impunidad y reconocimiento a cambio de la servidumbre total. En ese encanallado fermento, que tiene al máximo líder como elemento metabólico, se han disuelto el cuerpo y el alma de Cuba.

La mentalidad académica suele desconfiar de esta interpretación antropológica. Sin embargo, ese es el postulado que le permite a la dictadura sumar unos sectores irreconciliables entre sí. Millonarios exiliados, cardenales, trovadores, zapateros, delincuentes y primeras bailarinas acuden al básico llamado de un poder que satisface sus vicios, hambres y proyectos por encima del resto de la sociedad. Es una convocatoria faústica que en Cuba sostiene el vínculo de los Castro con los militares, los intelectuales ortodoxos y heterodoxos, la alta jerarquía de la Iglesia (¿ha escuchado hablar alguna vez de los escándalos sexuales de nuestra Iglesia?) y una policía con licencia para traficar droga y explotar la prostitución.

La escandalosa simplificación del discurso revolucionario induce a responder con un discurso que aporte los matices consustanciales al quehacer democrático. Esto divide a la oposición en diferentes estrategias, afecta su coordinación y, sobre todo, su capacidad ofensiva. Puede que Henrique Capriles sea un buen candidato para favorecer la conciliación nacional en el postchavismo. Ahora, es uno de los principales obstáculos a la resistencia. A la simplificación opresora de "me quedo a toda costa" hay que oponer la simplificación libertaria de "te vas a toda costa".

Los colectivos son la avanzada de la Venezuela que viene. Esa es la gente que mañana estará al frente las universidades y los puestos de frutas. Esa será la mentalidad que infiltrará iglesias, escuelas y hogares. Aquí no estamos frente a procesos que expresan el reclamo de justicia y dignidad de los pobres. (De hecho, para triunfar necesitan abolir en principio la justicia y la dignidad.) Tan antiguas como destructivas, estas son las revueltas informes y ciegas de lo peor de cada pueblo, cada casa y cada oficio contra las libertades y los órdenes que les exigen mérito y responsabilidad.

El caos económico, la improductiva movilización perpetua, la escasez, las leyes que desintegran el concepto de propiedad, no ponen en peligro al chavismo. Al contrario, son los instrumentos que le permiten aniquilar, cuanto antes mejor, la racionalidad, la solidaridad y la esperanza de la nación. Asimismo, el diálogo que no nace de una inmediata imposición del Estado de derecho y un llamado a la consulta popular le arrebata a la oposición su legitimidad en la calle. "O esto cambia o esto revienta", dice Capriles. En el pánico al reventón está la tumba del cambio.

Este diálogo, supervisado por la Iglesia Católica ¡y la Unasur!, le permite a Maduro extender el curso de desgaste de la protesta, reduciendo los costos mediáticos, políticos y económicos. La ausencia de María Corina Machado y Leopoldo López, así como la negativa chavista a conceder amnistía y desarmar a los colectivos, sitúa a la mesa de negociaciones en el limbo de las experimentales terapias. En su tono, su angustia y su tácita admisión de la legalidad del régimen, Capriles y los opositores dialogantes no se pintan como los inclaudicables agentes del cambio sino como un relegado comité de quejas y reclamaciones.

Mientras tanto, la policía política toca de noche a las puertas. A unos los amenazan. A otros, los compran. A los más bravos los encierran o los matan. A la mayoría acaba por controlarla. Esos fotógrafos enmascarados que retratan a estudiantes y manifestantes van nutriendo los archivos de una terminal ola represiva. Por el aeropuerto de La Habana entran y salen contingentes de miles de activistas chavistas. Vienen con el deseo de retener el poder y se van con la certeza de que hay que matar. Maduro, Diosdado y los sangrientos payasos del chavismo pueden sobrevivir el colapso del régimen con alguna fortuna y hasta con cierto capital político. Para el castrismo es una sentencia de muerte.

Seamos políticamente incorrectos antes que intelectualmente deshonestos. A Venezuela y a Cuba solo podrán salvarlas profundas  contrarrevoluciones democratizadoras que supriman a como dé lugar las instituciones y los actores totalitarios; y penalicen con severidad la identificación con ese pasado de horror. Sí, ya sé. Me van a decir (otra vez) que Venezuela todavía está a tiempo.