jueves, mayo 08, 2014

Félix Luís Viera: LAS BUENAS MANERAS, LA CULTURA PERDIDA EN CUBA




LAS BUENAS MANERAS, LA CULTURA PERDIDA

Por Félix Luís Viera

Causa escozor leer sobre esas campañas que en la actualidad ha emprendido el régimen en contra de la chabacanería.

Casi inmediatamente después del triunfo de la revolución de 1959, Fidel Castro fue estableciendo un orden que más tarde extinguiría no pocos de los rasgos de la cultura cubana. Si entendemos por cultura las tantas aristas, meandros, detalles en ocasiones sectoriales que componen la presencia, esencia y evolución de una sociedad. Hoy uno se reiría, si no fuese tan triste, cuando en congresos culturales y de intelectuales en Cuba, estos, ecos del régimen, persisten en valorar la cultura de la Isla, y declarar unos y otros detalles de la misma, atrincherados en el insuficiente concepto de cultura como arte y literatura y varios de sus conexos.

Desde principios de la década de 1960, bien por razones económicas —veamos la pobreza de géneros que desde entonces se fue gestando—, o bien por los decretos que establecían una sociedad atea, materialista, marxista-leninista, etcétera, numerosos componentes de las tradiciones culturales del cubano, y por consiguiente de su cultura, se fueron desvaneciendo hasta la extinción.

¿O acaso no formaban parte de nuestra “cultura diaria” la pulpa de tamarindo, el chilindrón de chivo, el coquito prieto, el boliche mechado, las frituras de bacalao, el cucurucho de maní, el dulce de coco rallado, el guarapo, el casco de guayaba, el chivirico, la champola, la galleta de manteca, las chambelonas de anís o las fritas de carne magra?

El cancionero fue diezmado a granel: para fuera las canciones de tinte “pesimista” como esas que proponían lo efímero, lo inconsistente del vivir o lo poco que vale la vida, etcétera; o esas otras letras que, en fin, no aportaban positivamente para el advenimiento de un ser optimista-materialista, el “hombre nuevo”, una imagen de piedra manufacturada para actuar de acuerdo con los mandatos establecidos en los manuales del comunismo; o esas de corte “diversionista” como aquel Negrito de Batey que proclamaba el ánimo de ocio, la decisión de no sumarse al “trabajo creador”. Y para fuera asimismo las piezas que alababan a Santa Bárbara, San Lázaro, San Antonio y los demás, que desde entonces no serían motivo de velorios y otros festejos y sus imágenes y postales desaparecerían de los expendios, sustituidas en buena medida por las de Vladimir Ilich Lenin. Y bueno, si ya no existían los cucuruchos de maní, languidecía también una de las melodías de un género en exterminio, el pregón. Por otra parte, tal vez para que no fuese objeto de una “lectura adversa” por algún segmento de la población, sería restringida hasta finalmente desaparecer del dial y de las emisiones en público aquella Clave aMartí, que en algunos de sus versos proclamaba: “Si Martí no hubiera muerto,/otro gallo cantaría,/ la patria se salvaría/ y Cuba sería feliz”.

Los santeros, espiritistas y los religiosos de todas las órdenes serían proscritos y en ocasiones enviados a campos de reeducación. Quedaría abolida la Lotería Nacional y sus afluentes como “La Bolita” y demás juegos de azar.

Ya en la década de 1960 se impondría una prensa —plana, radial, televisiva—, explayada en una sola dirección, la de la “moral revolucionaria”; de modo que, posteriormente, el cubano carecería de interactuación con segmentos de la cultura nacional y extranjera, y en buena medida de lo que llaman cultura general. En el caso específico de las revistas impresas, desaparecieron aquellas que, en este sentido, mostraban información sobre hechos y tradiciones culturales tanto de Estados Unidos como de otros importantes países de Occidente; lo que incluía diferentes aspectos de las artes populares y la contracultura y de igual modo de diversas manifestaciones culturales nacientes en la propia Latinoamérica.

En el decenio citado, fueron exterminadas las verbenas que antes se realizaban por diversas tradiciones, religiosas o no, y en los carnavales —que más tarde se convertirían en potreros con música y cuadrángulos expedidores de toda la cerveza que durante el año anterior no se habían podido beber los cubanos—, fueron prohibidos los disfraces y ciertas conmemoraciones de índole regional que mostraban argumentos que no se avenían con la “moral socialista”. Igualmente resultaron extirpadas las fiestas navideñas, incluido algo tan candoroso como el Día de los Reyes Magos. El castrismo se empecinó en algo improcedente y diabólico: una cultura sin fantasía.

En cuanto a la poesía, por ejemplo, resultaron omitidos tantos de los poemas que formaban parte del imaginario popular y se iría estableciendo algo tan terrible como el llamado Realismo Socialista, que estimularía a los escritores que entrasen por ese cauce y condenaría al olvido, o al menos a una promoción muy baja, a quienes se apartaran o no abrevaran en esa corriente. Cualquier joven poeta se vería censurado bajo el rótulo de Pesimista, por solo escribir unos versos con algún salpique de llanto debido a la añoranza por la amante o por un familiar lejano. Entonces se espoleó hasta la gloria un verso así como “No me dan pena los burgueses vencidos”, que anunciaba la impiedad, la intolerancia presente y por venir.

El amante del cine, de la narrativa literaria, se vio anegado por una filmografía soviética, unilineal y triunfalista como igual por novelas y cuentos de la misma estirpe.

Así tenemos que, tan temprano como en 1960, se fue inoculando la utilización de los términos “compañero”, “compañera”, “compañerito” y “compañerita” para dirigirse a hombres, mujeres, niños y niñas. Todo el mundo así denominado. Desaparecieron los vocablos señor, señora, señorita, el joven, la joven, dama, caballero, para dirigirse o aludir a los demás. Todo el mundo, desde un ratero, pasando por un policía, un anciano asilado o un juez hasta un misionero, debía ser llamado “compañero”. O sea, todos eran “compañeros”; aun en diversos documentos oficiales. Si bien muchísimos cubanos no lo interiorizaran, aunque utilizaran el término; algo propio de un pueblo zorro, agachado, de débil identidad, que antes de la revolución bautizaba a sus hijos como Jacqueline, Marilyn, Richard o Bobby, y ya en la primera década de 1960, cuando la Unión Soviética influía manifiestamente en la Isla, comenzaron a registrarlos como Katiuska, Liudmila, Nadiezhda, Pável, Yuri o Boris.

Como todo el mundo era compañero, ya no tenía razón de ser cederle el asiento en el autobús a una dama o un viejecito o darles prioridad en un paso peatonal. Como en las escuelas fueron abolidas las clases de educación cívica y de civismo en general no era menester que el niño ofreciera las buenas noches a un visitante que llegara a casa o se pusiera de pie si se presentaba una “persona mayor”. Como el lenguaje bestial de las congas revolucionarias se fue imponiendo —Somos socialistas/ lo dijo el Caballo/ y al que no le guste/ que lo parta un rayo—, ¿qué sentido tenía para un niño decirle “usted” a una persona mayor, ya fuese hombre o mujer? Como todos eran iguales, el relajo en el tratamiento de alumnos y maestros se fue acentuando exponencialmente hasta terminar en la carencia total de respeto de estamentos y de este modo la relajación de las normas se hiciera patente no únicamente en la disciplina, sino además en la entrega y recepción de conocimientos.

Visto lo anterior, hoy resulta, cuando menos ingenuo, exigirles a las nuevas generaciones la decencia, el cumplimiento de las normas de conducta, los valores éticos que deben formar parte de una cultura específica. De modo que causa escozor leer sobre esas campañas que en la actualidad ha emprendido el régimen en contra de la chabacanería, el mal gusto en el lenguaje y otros detalles de categoría semejante. Y así resulta cínico que los gobernantes cubanos, respaldados por un grupo de intelectuales servidores del régimen, acusen a la población de tantos males de este corte de los que ella no tiene la menor culpa, puesto que fueron sembrados y cultivados por el quehacer castrista, por la indecencia, la puerilidad y la hediondez establecida por este.

De igual manera, se enmarca dentro de lo injusto exigirles a los cubanos hoy residentes en su país, de la edad que fueren (consideremos que las personas que nacieron con la revolución de 1959 hoy tienen 55 años), un gusto estético adecuado y a la vez contestatario, si vieron la luz y se criaron en un medio donde había sido decretada una cultura unidireccional; aparte de que el cubano de hoy, sin acceso a lo “malo” y lo “bueno”, por ejemplo, de la música popular, es natural que reaccione, como cualquier ser humano confinado, apropiándose, si es posible, de todo aquello para sí desconocido, no obstante resulte de lo peor del “más allá”.

Luego de que en Cuba se dé la transición hacia el mundo real, hacia la vida lógica, o hacia la vida que transcurra con una lógica verdaderamente humana en concordancia con una sociedad “natural” con costumbres, raíces y proyectos definidos por la espontaneidad, pasarán muchos años para que se recupere lo perdido a causa de la imposición, precisamente inhumana, de un modo de vida concebido en un laboratorio, el laboratorio castrista. Entonces se podrá hablar nuevamente de una cultura nacional, dialogante real y libremente con lo extranjero, en la cual resulte valorable lo mismo la pieza de una ópera que un San Lázaro de yeso, pasando por el respeto y reconocimiento incondicional al prójimo y el enaltecimiento de la gandinga en salsa.

Ya ven. Así van las cosas.