martes, septiembre 16, 2014

Esteban Fernandez : ¿”PUNTOS FILIPINOS”?

¿”PUNTOS FILIPINOS”?

Por Esteban Fernandez

Con respecto a las damas los cubanos teníamos reglas de moralidad muy estrictas. En realidad eran absurdas e innecesarias porque las mujeres cubanas brillaban por su honestidad, pudor, pureza, castidad, recato, integridad, virtud, ética y vergüenza.

Todo el mundo sabe que yo soy un defensor y un enamorado de la Cuba de ayer en que nosotros vivíamos. Sin embargo, no me gustaba mucho ese concepto arcaico  y errado que nosotros teníamos de lo que era “ser una puta”. Nada más sencillo para nosotros que endilgarle el adjetivo de “sata” y “promiscua” a una infeliz muchacha que en realidad no había cometido pecado alguno.

La mentalidad cubana en aquella época fue plasmada en el cuento del hombre que llegó un baile en un Club acompañado por una puta. Le negaron la entrada diciéndole que “Aquí no pueden entrar mujeres de dudosa moralidad”. El hombre se rió y respondió: “La que me acompaña no es de dudosa moralidad, ella es una puta, las de dudosa moralidad son todas las que están allá adentro bailando”.

Repito, creo que sin razón alguna se exageraba la nota en un país donde mayoritariamente  predominaba la moralidad. En la actualidad ser una puta es ser una ramera que cobra por sus servicios sexuales. Nosotros teníamos ese tipo de prostitutas, pero las considerábamos mejores que una pobre muchachita que había tenido tres novios que le habían salido malos y ahora estaba tratando con el cuarto.

Enseguida que una joven era enamoradiza ya todos en el pueblo la considerábamos ser una cualquiera. A la prostituta siempre la justificábamos diciendo que: “La  pobreza la llevó por el mal camino”, pero con la jovencita que se daba “un mate” con el novio en el cine barríamos el piso con ella.

Y motivados por esa  generalizada creencia santurrona los padres iban de lo sublime a lo ridículo protegiendo a sus hijas.  Y hasta para sentarse en el portal con su novio tenían que tener siempre a una chaperona presente. Porque el peor castigo para un matrimonio cubano era que esa niña que adoraban fuera considerada un “tremendo punto filipino”.

Es más, a las niñas no les permitían participar en nuestros juegos callejeros como la quimbumbia, la viola, las canicas, los papalotes, los trompos, las pelotas de cajetillas de cigarros y encima de eso jamás vi a ninguna nadando en nuestro bello Río Mayabeque.

Si los muchachos teníamos 20 amoríos e íbamos constantemente al prostíbulo, entonces éramos considerados machos enteros, “jodedores cubanos” y éramos el orgullo de nuestros padres. Mientras, si las muchachitas se ponían unas sayitas un par de pulgadas  más cortas que lo estipulado y enseñaban las rodillas corrían el riesgo de que  la comunidad le enfilara los cañones e  inmediatamente las catalogara de ser unas guaricandillas.

Cualquiera era miembro de esa sociedad puritana y podía ser un juez que dictaba la sentencia de “ser una puta” a quien cometía “el error” de ser engañada por varios hombres consecutivamente.

Y cuando se decretaba oficialmente que “fulanita es más puta que las gallinas” eso la perjudicaba y hasta la anulaba -de por vida- para conseguir un hombre bueno que cargara con ella. Éramos implacables a la hora de lanzar en la hoguera la moral de toda aquella que simplemente sospecháramos que se había apartado un centímetro de las normas beatas promulgadas casi siempre por solteronas desahuciadas.

Y esa mentalidad radical nuestra no solamente dañaba a las adolescentes sino que también podía salpicar  a una correcta e inmaculada ancianita que tenía la desdicha de que un hijo le había salido malo y todo el mundo lo consideraba ser un “hijo de puta”. Y obviamente “la puta” era esa magnifica y sacrificada viejita que durante más de medio siglo le había sido fiel a su viejito.

Y quisimos traer esa costumbre al exilio. Recuerdo que yo tenía una magnífica amiga en Güines, muy decente, correcta y de muy buena familia, y la invité a ir a un baile en Miami Beach y al ir a recogerla descubrí que su padre nos acompañaría a la fiesta.

Pero poco a poco hemos ido a regañadientes desechando esa discriminadora costumbre. Sobre todo cuando el que más y el que menos ve a sus descendientes hembras hacer cosas que en la Cuba de ayer hubieran sido estigmatizadas y aquí nadie, absolutamente nadie, las critica. Y con mezcla de pena y regocijo casi todos hemos dicho en determinados momentos: “¡Ñooo, que bueno que estamos en U.S.A. en el siglo 21!

Porque lo cierto es que la era moderna -para bien y para mal- es una especie Jordán que barre y limpia aquel erróneo concepto nuestro de lo que era la putería.