miércoles, diciembre 24, 2014

Esteban Fernández: ESE ÚLTIMO ¡SERÉ YO!

 ESE ÚLTIMO ¡SERÉ YO!

Por  Esteban Fernández
22 diciembre 2014

¿Cuándo fue que la causa cubana se echó a perder irreversiblemente? Muy sencillo: Cuando el 90 por ciento de los patriotas cubanos llegó a la triste conclusión de que aunque Cuba fuera libre producto de un imponderable les resultaría imposible acostumbrarse a dormir debajo de un mosquitero, a vivir  en la cochinada reinante, en la chusmería, en las faltas de respeto, en la falta de moral. Sobre todo después de haber vivido tantos años en la abundancia y protegidos por las leyes.

Y eso trae como consecuencia la pregunta más difícil de contestar para los exiliados cubanos verdaderamente idealistas: ¿Volverías a Cuba si gracias a un milagro fuera libre? Los cubanos de mi generación al replicar se enredan, dudan, recuerdan a sus nietecitos que adoran, piensan en las comodidades, en los bienes de consumo y son alérgicos – como les dije en el párrafo anterior- a la chabacanería  de los “hombres nuevos”. Sólo los que han nacido  y se han criado dentro del sistema imperante están locos -ya a los pocos meses de vivir aquí- por regresar a revolverse en el estercolero castrista.

Desde luego, lo que no acaba de entender mi gente -los verdaderos anticastristas- es que la única opción aceptable para nosotros -la respuesta que a rajatabla debemos dar- si aquello un buen día se resolviera satisfactoriamente sería decir: “Vamos a hacer lo que nos de la gana”.  El significado de Cuba libre es precisamente que  la tiranía castrista ya no nos dicta pautas  a seguir ni los patriotas cubanos nos criticarían el regreso digno. Sea temporal o eterno.

Yo siempre contesto: “Si así lo decido voy a estar en el Residencial Mayabeque en Güines o voy a estar bañándome en Miami Beach, o en las Vegas viéndoles los cuerpos a unas coristas o en Los Ángeles adorando a mis hijas y nietos”.

Cuba sin castrismo representa que  ya podemos comernos un boniato relleno de tasajo en el Versailles de la calle 8 e ir a digerirlo en Las Villas o en Camaguey y antes de cinco horas poder eructarle en el hocico a un venado en Montana.

Lo que más aleja y disgrega a los compatriotas en esta contienda contra Castro es la falta de deseos y la imposibilidad de volver allá. Porque lo cierto es que acto seguido de que el cubano llega a la conclusión de que “Allá yo no quiero vivir” ipso facto abandona la causa cubana. Muy poquitos son los que se mantienen firmes pensando “A Cuba yo no voy ni a buscar centenes” y al mismo tiempo siguen echándoles con el rayo a los que han destruido a nuestra nación.

Y eso es absurdo por completo porque aquí lo importante es mantenernos eternamente criticando a la peor plaga que ha acabado con Cuba. Nuestros ideales no pueden ser supeditados ni eliminados por las dudas de que si un día volvamos o no a vivir allá. Ese es simplemente un derecho y una prerrogativa de cada uno individualmente.

Es decir que nuestra la lucha  ya no es por volver o por no volver a la Isla. Aquí ya casi nadie quiere verse restringido y obligado a vivir en Pinar del Río o en La Habana porque eso sería exactamente igual que vivir como hemos vivido estancados en el exterior obligados por la situación detestable en nuestro país de origen. Muertos los perros guardianes podemos entrar y salir al patio.

Cansado estoy de que me digan: “Qué va, tu no te acostumbrarías a vivir de nuevo en Güines, con las calles llenas de baches, con las guasazas y sin aire acondicionado” Y yo respondo: “Quizás, posiblemente, a lo mejor”. Pero es que no se lucha para ir a que nos pique un jején en la Playa Santa Fe sino para poder estar donde nos salga de las entrañas.

Al contrario, creo que no hay cosa más bella que estar en San José de las Lajas y poder decir: “Está bueno ya, me voy al aeropuerto José Marti y allí saco un pasaje para irme para New York”. O estar en Nueva York en diciembre y poder decir: “Me voy al aeropuerto John F. Kennedy, no aguanto más el frío, me voy para Bejucal” Sin  Fidel y sin Raúl, ni un Ministerio del Interior dando y quitando permisos y beneficiándose económicamente de las entradas y salidas del país, ni un Obama metiendo la cuchareta, los cubanos serían dueños de sus destinos y lugares de residencia.

Al bello nieto que adoramos no hay que decirle adiós sino  “’Si quieres ven conmigo vamos a bañarnos en Guanabo libre y cuando se terminen las vacaciones de verano regresas a tu escuela”.

¿Qué las cosas mejorarán allí algún día? Bueno, si la vida es más llevadera allá, él que quiera se compra una varita de pescar, se busca un lugarcito cercano a un río o una playa,  se pone un short y unas sandalias, y cada cuatro años vota por un nuevo gobernante.  Siempre teniendo la alternativa de poner pies en polvorosa y  -a la inversa- regresar a USA a comerse un Whopper con queso en el Burger King de la calle Flagler. Pero también existe la posibilidad de que en cada esquina de la Patria libre tengamos a un Burger King.

Y si aquello no se resuelve jamás, como la mayoría opina, no me quedará otra alternativa que repetir hasta el último suspiro  las palabras de Víctor Hugo: “Y si sólo diez se yerguen para enfrentarse al mal, proseguiré con ellos luchando hasta el final. Y si quiere el destino que todo lo forjó,  que sólo quede uno erguido y soberano: apréndelo tirano que ese uno ¡seré yo!”