miércoles, agosto 05, 2015

Armando de Armas: Cuerpos divinos en el devenir de la cultura en Cuba

 Nota del Bloguista de Baracutey Cubano

En el libro La verdadera República de Cuba, escrito por el Dr. Andrés Cao Mendiguren,  uno de los  mejores libros sobre la república cubana (1902-1958 ) que se ja escrito (quizás el mejor de los que  he leido en mi vida),  incluyendo la monumental obra en 10 tomos Historia de la Nación Cubana, aunque este último incluye el período colonial y llega hasta el año 1952, se lee:

 ¨Cabe decir que aquellos pensamientos de 1913 expresaban una realidad  porque esa nación  se alcanzó muy pronto  en décadas posteriores,  aunque en 1959  fue demolida por los que  usurparon el poder, y ha sido vilipendeada  por una oleada de intelectuales comprometidos o  mediocres. El testimonio de ello es que Cuba ocupaba  las primeras posiciones  en todos los renglones de los anuarios de las Naciones Unidas  para la América Latina. Y hay que reconocer que estos logros  tan destacados  no se hubieran podido conseguir  si nuestros gobernantes, y a pesar de sus errores,  no hubieran tenido interés  y acierto para  resolver los problemas de la sociedad cubana, si nuestros legisladores no nos hubieran  dado una legislación avanzada  y moderna, o si el  pueblo cubano no hubiera estudiado  y trabajado  para superarse. El pueblo cubano era exigente  y siempre aspiraba  a lo mejor, pero tenemos  que acusarnos  de un pecado,  y es que  cuando no lo lográbamos plenamente, en vez de analizar  los fallos  y aplaudir lo logrado, prodigábamos una crítica irresponsable.¨ (Cao, 2008, p. 87)


Lo que sucedió en Cuba fue lo que ya había advertido la Comisión Truslow en las conclusiones de su informe al hacer un estudio, a petición del Presidente Prío Socarrás, para la dinamización de la economía cubana; veamos:

En 1950 la Misión Truslow, comisión internacional solicitada al Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF) por el gobierno presidido por el Dr. Carlos Prío Socarrás para que hiciera un diagnóstico de la economía cubana y recomendara medidas para dinamizarla, planteó, entre otras cosas, que Cuba debía diversificar su economía teniendo al azúcar como punto de partida y que Cuba poseía los recursos humanos, financieros y materiales necesarios para ello salvo el combustible; alertó que la prosperidad bélica (II Guerra Mundial y Guerra de Corea) había propiciado nuevos niveles de vida para muchas personas y que el actual crecimiento económico no satisfacía las necesidades de su creciente población y que si la economía era incapaz de sostener ese nivel en tiempos menos prósperos, sobrevendría una gran tirantez política (Zuaznábar, 19 y 20). Como elemento conclusivo planteó:

¨Si los líderes se han descuidado en prever esta posibilidad, la opinión pública los inculpará. Y si ello ocurriera, el control podría pasar a manos subversivas y engañosas, como ha ocurrido en otros países donde los líderes no se han dado cuenta de las corrientes de estos tiempos. ¨ (Zuaznábar, 20)
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Tomado de http://www.martinoticias.com

 Cuerpos divinos en el devenir de la cultura en Cuba

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Cuerpos divinos, de Cabrera Infante, es lectura imprescindible no sólo por su prosa tersa y telegráfica sino porque muestra a la cultura detrás de la sociedad que desova el fatídico 1 enero de 1959 en La Habana.
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Por Armando de Armas
 martinoticias.com
agosto 03, 2015

No es cierto eso que interesadamente se nos ha venido induciendo acerca de que la cultura nada tiene que ver con la política. Tampoco es cierto su contrario que se defiende diciendo que todo es política. Lo que sí parece apropiado es asegurar que todo es cultura. Ergo, que la política forma parte y es consecuencia de la cultura.

El filósofo tradicionalista italiano, barón Giulio Cesare Andrea Evola, aseguraba que la división entre política y cultura es sólo asunto de la degenerada modernidad.

Ahora leo Cuerpos divinos (Ed. Galaxia Gutenberg, 2010), el libro póstumo de Guillermo Cabrera Infante, en una esmerada edición a cargo de su viuda Miriam Gómez. Es una lectura que recomiendo no sólo por su prosa tersa y telegráfica, que quizá manifiesta la cima de la maestría literaria del autor de Tres tristes tigres, sino porque, además, muestra de manera novelada y testimonialmente a la cultura detrás de la sociedad que desova el fatídico 1 de enero de 1959 en La Habana. Los hechos de La Sierra como una consecuencia de la cultura imperante en La Habana.

Una sociedad donde, paradójicamente, una elite política y empresarial pero sobre todo cultural, lucha denodada, desesperada y, a veces, heroicamente por ponerse ella misma la cuerda al cuello que terminaría estrangulándola en tanto elite.

Dos organizaciones terroristas, enemigas acérrimas entre ellas, van a una y a como dé lugar, y da lugar sobre todo a dinamita y metrallazo, a por la cabeza del negro, cualquier cosa menos el negro, decían o pensaban, y el negro no era otro, ¿adivinaron?, que el general Fulgencio Batista. Esas organizaciones son el Directorio Revolucionario 13 de Marzo y el Movimiento 26 de Julio. De más está decir que el 26 terminó después cargándose al Directorio y matando, torturando, encarcelando y exiliando a más de sus miembros que lo que nunca hizo el malo de Batista.

Preclaros periodistas, artistas de altura e intelectuales de lustre y fuste acarrean dinamita, estallan bombas, esconden a asaltantes del Palacio Presidencial que habían procurado matar a Batista en una temeraria y sangrienta acción, o compran bonos del 26 de Julio y del Partido Comunista. Gente que en su mayoría trabajaba de un modo u otro para dos de las más importantes publicaciones de este hemisferio en ese tiempo, la revista Bohemia y la revista Carteles. Medios que no ocultaban sus simpatías por los subversivos y donde, sobre todo en Bohemia, se hizo más la revolución que en la mismísima Sierra Maestra.

(Guillermo Cabrera Infante)

Los personajes de Cuerpos divinos, todos personajes reales, son gente bien, dionisiaca, que habita en buenos apartamentos y mejores bares, alterna con la alta sociedad habanera, viaja, maneja excelentes autos (o "máquinas", como dicen los cubanos), que tiene criados y, sobre todo, amantes, muchas amantes. Viven vidas felices, en la medida que ello sea posible, pero sobre todo viven a plenitud y en libertad extrema. Pero cuentan que el hombre no está hecho a la felicidad y ellos querían un cambio; cualquier cosa menos el negro.


Los cubanos no somos excepcionales en esa actitud, que se daría no sólo entre intelectuales, artistas y periodistas sino también entre dueños de medios de prensa y otros empresarios, y que va valientemente contra el orden que les privilegia y apuesta por un orden otro que los devorará. Es algo que hemos visto ocurrir también en Venezuela y en toda Latinoamérica; que se ve ahora en España, en Grecia y en toda Europa, excepción hecha quizá de buena parte de Europa del Este que se ha vuelto sensata tras salir de la miseria y el matadero del comunismo.

Algo que, por cierto, sorprendentemente para algunos, también se viene viendo desde hace mucho tiempo en Estados Unidos pero que ha arribado al clímax y adquirido ribetes ridículos, ridículos pero trágicos, durante los últimos años. La América que nos viene encima. Reinaldo Arenas dijo al llegar a Cayo Hueso en 1980 escapando de la Cuba que ahora pretenden ver como un país normal: "yo vengo del futuro". El futuro ya es casi presente en América. El abrazo de Obama y Raúl no sería para acercar Cuba al presente estadounidense sino para acercar América al futuro cubano. Estamos ante el triunfo de Gramsci sobre Marx; de ambos sobre la libertad.

El único personaje que parece un ser sensato en todo el libro es Pepe el Loco, secretario del director de Carteles, y ello se muestra cuando el autor va a venderle unos bonos del 26 de Julio y éste le mira detenidamente y dice: "No voy a contribuir a perder mi libertad. Así con Batista me va muy bien".

El Loco no era batistiano, asegura el autor, pero se refería más que nada a su libertad de deambular solo por las calles de La Habana, de emborracharse y fornicar fielmente los sábados en los burdeles, de hacer el menor trabajo en la revista como secretario del director, anónimo pero libre. ¿Cómo es que los demás no veían lo obvio que El Loco veía?

La Habana fabulosa que retratan fabulosa y eficazmente los libros de Guillermo Cabrera Infante, sobre todo La Habana para un infante difunto y Cuerpos divinos, no es otra que La Habana de Batista, no la del Batista bueno que gana las elecciones de 1940 y bajo el cual se aprobó la Constitución de ese año sino La Habana del Batista malo que da el golpe de Estado en 1952.

Batista, un producto del 33, era tan revolucionario como sus opositores. Pero era un revolucionario en el poder. En realidad, lo que sucedía en la isla a finales de los 50, sería algo así como un enfrentamiento entre revolucionarios en el poder y revolucionarios que querían el poder. A pesar de ser un revolucionario, bajo su égida había surgido o fortalecido una elite que suplantaba a la escabechinada en la revolución del 33. En Cuba, aproximadamente cada tres décadas la elite de turno, en un afán o furor autodestructivo y masoquista, suicida en suma, entraba en trance revolucionario y, como Chacumbele, ella mismita se mataba.

Siguiendo el razonamiento del inicio, dado que la política es una consecuencia de la cultura, entonces los cubanos no habríamos fracasado en la política y triunfado en la cultura, como asegura el lugar común, sino que hemos fracasado en la cultura. En la cultura que hemos hecho prevalecer a lo largo de nuestra historia, para ser precisos.

Habría, esquematizando, dos corrientes culturales. Una cultura del entusiasmo, la insensatez, la sensiblería, gregaria y revolucionaria, que suele prohijar una política que conduce a la opresión; y una cultura del sosiego, la sensatez, el pragmatismo, individualizada y evolutiva, que suele prohijar una política que conduce a la libertad.

Los enemigos de la libertad en la isla entienden esto perfectamente. Por ello han faenado paciente, sabia y denodadamente, valga decir, en la inducción del nombrado intercambio cultural desde hace muchos años pero sobre todo desde el Encuentro de Estocolmo (celebrado en 1994 con el auspicio del Centro Internacional Olof Palme) que al final ha facilitado y santificado la política del abrazo entre el presidente Barack Obama y el general Raúl Castro anunciada el 17 de diciembre último.

Ese anuncio y la pomposa parafernalia que le sigue es un éxito rotundo de la cultura gregaria y revolucionaria, misma que se manifiesta triunfante en Cuba desde la revolución del 33 al menos; misma que parece triunfar al presente en todo el mundo occidental. Una victoria, que como aseguramos arriba, se le adeuda más a Gramsci que a Marx.

Frente a ello, vale la pregunta. ¿Qué podríamos hacer los creadores que insumisos en Cuba y fuera de ella hemos apostado por la cultura de la individuación y la libertad? No mucho, la verdad. Pero una cosa sí podríamos hacer, y quizás sea suficiente. Podríamos crear grandes obras. Cierto que tal vez ahora no sean reconocidas, dado el lado hacia el que empecinado sopla el numen epocal. Pero, de cierto os digo, habrá un golpe de bisagra en la puerta de la Historia y el numen epocal empezará a soplar en sentido inverso igual de empecinado. Sólo debemos tener esas grandes obras, lo suficientemente grandes como para trascender este oscuro acontecer que no sabemos a ciencia cierta hasta cuándo prevalecerá.
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SUPUESTA CARTA DE MIGUEL ÁNGEL QUEVEDO (DUEÑO Y DIRECTOR DE LA REVISTA BOHEMIA EN LOS AÑOS 50 DEL PASADO SIGLO XX)  ANTES DE SUICIDARSE

Sr. Ernesto Montaner
Miami,
Florida
12 de agosto de 1969
Querido Ernesto:
Cuando recibas esta carta ya te habrás enterado por la radio de la noticia de mi muerte. Ya me habré suicidado —¡al fin!— sin que nadie pudiera impedírmelo, como me lo impidieron tú y Agustín Alles el 21 de enero de 1965.
( Miguel Ángel Quevedo )
Sé que después de muerto llevarán sobre mi tumba montañas de inculpaciones. Que querrán presentarme como «el único culpable» de la desgracia de Cuba. Y no niego mis errores ni mi culpabilidad; lo que sí niego es que fuera «el único culpable». Culpables fuimos todos, en mayor o menor grado de responsabilidad.
Culpables fuimos todos. Los periodistas que llenaban mi mesa de artículos demoledores, arremetiendo contra todos los gobernantes. Buscadores de aplausos que, por satisfacer el morbo infecundo y brutal de la multitud, por sentirse halagados por la aprobación de la plebe. vestían el odioso uniforme que no se quitaban nunca. No importa quien fuera el presidente. Ni las cosas buenas que estuviese realizando a favor de Cuba. Había que atacarlos, y había que destruirlos. El mismo pueblo que los elegía, pedía a gritos sus cabezas en la plaza pública. El pueblo también fue culpable. El pueblo que quería a Guiteras. El pueblo que quería a Chibás. El pueblo que aplaudía a Pardo Llada. El pueblo que compraba Bohemia, porque Bohemia era vocero de ese pueblo. El pueblo que acompañó a Fidel desde Oriente hasta el campamento de Columbia.
Fidel no es más que el resultado del estallido de la demagogia y de la insensatez. Todos contribuimos a crearlo. Y todos, por resentidos, por demagogos, por estúpidos o por malvados, somos culpables de que llegara al poder. Los periodistas que conociendo la hoja de Fidel, su participación en el Bogotazo Comunista, el asesinato de Manolo Castro y su conducta gansteril en la Universidad de la Habana, pedíamos una amnistía para él y sus cómplices en el asalto al Cuartel Moncada, cuando se encontraba en prisión.
Fue culpable el Congreso que aprobó la Ley de Amnistía. Los comentaristas de radio y televisión que la colmaron de elogios. Y la chusma que la aplaudió delirantemente en las graderías del Congreso de la República.
Bohemia no era más que un eco de la calle. Aquella calle contaminada por el odio que aplaudió a Bohemia cuando inventó «los veinte mil muertos». Invención diabólica del dipsómano Enriquito de la Osa, que sabía que Bohemia era un eco de la calle, pero que también la calle se hacía eco de lo que publicaba Bohemia.
Fueron culpables los millonarios que llenaron de dinero a Fidel para que derribara al régimen. Los miles de traidores que se vendieron al barbudo criminal. Y los que se ocuparon más del contrabando y del robo que de las acciones de la Sierra Maestra. Fueron culpables los curas de sotanas rojas que mandaban a los jóvenes para la Sierra a servir a Castro y sus guerrilleros. Y el clero, oficialmente, que respaldaba a la revolución comunista con aquellas pastorales encendidas, conminando al Gobierno a entregar el poder.

Fue culpable Estados Unidos de América, que incautó las armas destinadas a las fuerzas armadas de Cuba en su lucha contra los guerrilleros.
Y fue culpable el State Department, que respaldó la conjura internacional dirigida por los comunistas para adueñarse de Cuba.
Fueron culpables el Gobierno y su oposición, cuando el diálogo cívico, por no ceder y llegar a un acuerdo decoroso, pacífico y patriótico. Los infiltrados por Fidel en aquella gestión para sabotearla y hacerla fracasar como lo hicieron.
Fueron culpables los políticos abstencionistas, que cerraron las puertas a todos los cambios electoralistas. Y los periódicos que como Bohemia, le hicieron el juego a los abstencionistas, negándose a publicar nada relacionado con aquellas elecciones.
Todos fuimos culpables. Todos. Por acción u omisión. Viejos y jóvenes. Ricos y pobres. Blancos y negros. Honrados y ladrones. Virtuosos y pecadores. Claro, que nos faltaba por aprender la lección increíble y amarga: que los más «virtuosos» y los más «honrados» eran los pobres.
Muero asqueado. Solo. Proscrito. Desterrado. Y traicionado y abandonado por amigos a quienes brindé generosamente mi apoyo moral y económico en días muy difíciles. Como Rómulo Betancourt, Figueres, Muñoz Marín. Los titanes de esa «Izquierda Democrática» que tan poco tiene de «democrática» y tanto de «izquierda». Todos deshumanizados y fríos me abandonaron en la caída. Cuando se convencieron de que yo era anticomunista, me demostraron que ellos eran antiquevedistas. Son los presuntos fundadores del Tercer Mundo. El mundo de Mao Tse Tung.
Ojalá mi muerte sea fecunda. Y obligue a la meditación. Para que los que pueden aprendan la lección. Y los periódicos y los periodistas no vuelvan a decir jamás lo que las turbas incultas y desenfrenadas quieran que ellos digan. Para que la prensa no sea más un eco de la calle, sino un faro de orientación para esa propia calle. Para que los millonarios no den más sus dineros a quienes después los despojan de todo. Para que los anunciantes no llenen de poderío con sus anuncios a publicaciones tendenciosas, sembradoras de odio y de infamia, capaces de destruir hasta la integridad física y moral de una nación, o de un destierro. Y para que el pueblo recapacite y repudie esos voceros de odio, cuyas frutas hemos visto que no podían ser más amargas.
Fuimos un pueblo cegado por el odio. Y todos éramos víctimas de esa ceguera. Nuestros pecados pesaron más que nuestras virtudes. Nos olvidamos de Nuñez de Arce cuando dijo:
    Cuando un pueblo olvida sus virtudes, lleva en sus propios vicios su tirano.
Adiós. Éste es mi último adiós. Y dile a todos mis compatriotas que yo perdono con los brazos en cruz sobre mi pecho, para que me perdonen todo el mal que he hecho.

Miguel Ángel Quevedo

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Cuba antes 1959: Una Realidad que nadie puede negar. En 1958 existían en Cuba un total de 38,384 fabricas y 65,872 establecimientos comerciales de todas clases y tamaños que representaban más de $4,778 millones.
Cuba Antes De Castro: La Realidad.

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Fragmento tomado de la revista Encuentro de la Cultura Cubana, número 18; número homenaje a Nicolás Quintana

«El gran burgués». Rafael Fornés entrevista al gran arquitecto  y urbanista Nicolás Quintana y Gómez
(FRAGMENTO)

Nicolás Quintana y Gómez
(FRAGMENTO)

Rafael Fornés: Los arquitectos trabajamos con el poder, pienso en las ciudades del Nilo y el Mediterráneo, Sixto V y Roma, el París de Haussmann, Versailles o la fundación de cientos de ciudades en América. ¿Cuáles eran las diferencias esenciales entre tus dos últimos jefes: Batista cuando dirigías los planes maestros de Varadero y Trinidad en la Junta Nacional de Planificación (JNP), e inmediatamente después el «Che» Guevara con el Banco Nacional de Cuba. Explícanos además cómo se produjo la «transición».
Nicolás Quintana y Gómez: Vamos a empezar con mi padre. Según me contaban, el viejo y Miguel Ángel eran los arquitectos del Presidente Zayas y ellos iban a jugar dominó a su finca algunos fines de semana. A la entrada siempre estaba un cabo que abría el portón, muy diligente. Papá fumaba unos tabacos enormes y carísimos y le regalaba siempre algunos, porque simpatizaba con aquella persona. Era Fulgencio Batista. Con el paso de los años Batista es Presidente y una noche estamos comiendo en el Club Kawama y Batista entró con un grupo. El viejo y Miguel Ángel se levantan en señal de respeto y más tarde los llaman a la mesa de Batista. Entonces papá me dice: «Ven para que aprendas cómo se manejan estas cosas.» Así fue como conocí a Fulgencio Batista y Zaldívar.
Años después empiezo a trabajar en la jnp, con el arquitecto José Luis Sert como consultor, en el Plan Piloto de Varadero. Una noche que habíamos bebido mucho vino, él empezó a cantar la Tercera Internacional caminando por la playa, acuérdate de que él era un republicano español. Lo paré a tiempo. José Luis era un tipo formidable y un buen amigo.
El Centro Turístico de Varadero era el sitio donde estábamos laborando. Se hicieron muchas obras: se dragó la Laguna de Paso Malo, se construyeron los muelles y un montón de obras más. Habíamos codificado la altura de los pinos existentes como la mayor altura a la que se podía construir y tomamos una serie de decisiones ambientales para proteger Varadero.
Hoy día Varadero está totalmente «cancunizado», fuera de escala los edificios con el sitio natural. Han cometido una barbaridad imperdonable. Un crimen ambiental.
Recuerdo que una vez Batista me dijo: «Nicolás, yo he inaugurado varias obras en Varadero y siempre hay un asiento vacío en la tribuna que se supone es el asiento tuyo, de Nicolás Quintana y Gómez, Jefe del Plan. Nunca te veo en las inauguraciones ¿por qué?» Le respondí: «Es que yo no soy batistiano, Presidente.» ¿Cuál es la diferencia entre el Innombrable y Fulgencio Batista y Zaldívar? Que a mí no me pasó entonces absolutamente nada. Cuando se levantó me puso la mano en el hombro y me dijo: «Tengo entendido que eres un gran arquitecto».
Durante el verano yo siempre alquilaba en Varadero una casa cerca de la playa. Batista alquilaba la casa de Gómez Wallington frente a la playa. A veces él venía, y me preguntaba cómo iba el Plan. Así hubo varias reuniones ocasionales y Batista te daba el chance de medirlo. Cuando el Innombrable se robó el país, engañando al pueblo de Cuba según confesión propia, todo eso se alteró, uno no podía comunicarse con el individuo. Esa relación humana no se perdía con Batista, a pesar de todos sus defectos evidentes de típico dictador latinoamericano. No te puedo decir que odiaba a Fulgencio Batista y Zaldívar. No me interesa odiar, no hay nada creativo en eso. En cuanto al Innombrable… Camus decía que: «No hay destino que no se venza con el desprecio».
Los ministros de Batista eran gente de primera categoría. Dos ejemplos: Juan J. Remos, Ministro de Educación, y el arquitecto Nicolás Arroyo, Ministro de Obras Públicas. Había gente criminal en los cuerpos represivos, en los militares, y en la policía. Batista fue cómplice al permitirlo, eso
es obvio, y fue lo que lo hundió; aparte de la irracionalidad del golpe militar del 10 de Marzo de 1952, que hundió a Cuba.
Por cierto, Batista nunca fue mi jefe cuando yo dirigía los Planes en la jnp. Los jefes de Planes reportábamos a los Miembros de la Junta, que eran cinco. Su Presidente era el arquitecto Nicolás Arroyo. Batista no participaba ni influía en la toma de decisiones.
Creo que el Dr. Rivero Agüero tenía la condición intelectual y humana necesaria para salvar a Cuba y entregar el poder, luego de unas elecciones libres y honradas, al Dr. Roberto Agramonte, al Dr. Márquez Sterling, o al ingeniero Carlos Hevia. Los tres eran hombres de un probado espíritu martiano. Rivero Agüero hubiera sido un buen gobernante de transición, estoy absolutamente convencido. Creo que estábamos en la misma puerta de la solución política y no la cruzamos, nos caímos justo antes de entrar.