jueves, octubre 08, 2015

Alfredo M. Cepero: EL MUNDO ALUCINANTE DE LA POLÍTICA

Tomado de http://www.lanuevanacion.com

EL MUNDO ALUCINANTE DE LA POLÍTICA

Por Alfredo M. Cepero
Director de www.lanuevanacion.com
Sígame en: http://twitter.com/@AlfredoCepero
10-7-15

A través de los tiempos la política ha demostrado ser en múltiples ocasiones un camino cargado de sorpresas y en algunos casos un mundo alucinante. En la segunda convención del entonces recién creado Partido Republicano, celebrada en mayo de 1860 en la ciudad de Chicago, el favorito de ser postulado era el ex gobernador de Nueva York, William Seward. Sin embargo, un casi desconocido abogado rural de Illinois se le atravesó en el camino y le arrebató la postulación. Abraham Lincoln paso a ganar las elecciones generales, conducir con éxito una sangrienta conflagración bélica, salvar al país de la disolución, dar la libertad a los esclavos y convertirse en el presidente de mayor influencia en la consolidación de los Estados Unidos como líder de la democracia en el mundo, superado únicamente por George Washington. Washington fundó la nación y rechazó el poder absoluto que le ofrecieron sus contemporáneos. Lincoln salvó la unión al precio de su propia vida. Esa es la medida de los estadistas que ponen los intereses nacionales por encima de los personales.

En las presidenciales de 1948, una semana antes de las elecciones el entonces presidente Harry Truman se encontraba bien a la saga en las encuestas. Muy pocos le daban probabilidad alguna de ser reelecto. En la obsesión por dar el consabido "palo periodístico" el Chicago Daily Tribune decidió no esperar por los resultados finales y el 3 de noviembre declaró ganador al ex gobernador de Nueva York, Thomas Dewey, con un titular de primera plana: "Dewey Derrota a Truman". El Tribune hizo el ridículo y Truman pasó a presidir sobre un período de relativa prosperidad económica, la aplicación de un Plan Marshall que promovió el desarrollo de las economías europeas de postguerra y salvo a Sur Corea de la acometida de los comunistas del norte. Hoy es considerado uno de los grandes presidentes de los Estados Unidos.

La historia de sus presidencias ha demostrado que Lincoln y Truman resultaron ser dos sorpresas constructivas. No podemos decir lo mismo de la destructiva sorpresa de 2008 en que otro desconocido de Illinois le pasó la aplanadora a Hillary Clinton en las asambleas de Iowa, obtuvo la postulación del Partido Demócrata y derrotó al republicano Mitt Romney en las generales de ese año. El resultado ha sido una economía con una ínfima participación laboral, una reducción del ingreso familiar promedio, una desenfrenada deuda nacional que se acerca a los 19,000 millones de millones de dólares, 50 millones de receptores de sellos de alimentos, un derrumbe del prestigio internacional de Estados Unidos como primera potencia mundial y una enconada división de la sociedad norteamericana entre izquierda y derecha, blancos y negros, hombres y mujeres, pobres y ricos, extranjeros y nativos, creyentes y ateos.

Como Luis XV de Francia, Barack Obama parece haberse empecinado en la idea de dejar tras de sí "el diluvio". Y eso es lo que heredará el próximo presidente de los Estados Unidos, sea del partido que sea. En este sentido, a aquellos fanáticos que, contra toda realidad, aún insisten en vaticinar que Obama pasará a la historia como un gran presidente, les señalo que las últimas encuestas de Real Clear Politics muestran que su "mesías" es rechazado por más del 50 por ciento de los electores norteamericanos.

Toda este desencanto con los falsos líderes nos ha traído el mundo alucinante de las contenciosas primarias de este año en ambos partidos. Por el Partido Demócrata, un trasnochado y desconocido socialista llamado Bernie Sanders está creando una inusitada ansiedad en la campaña de una Hillary Clinton que hasta hace poco tenía asegurada la corona de la postulación. En el Partido Republicano un desenfrenado narcisista que no cree en otro partido que en el de su propia exaltación mantiene en jaque y en la más absoluta desorientación a sus oponentes en la lucha por la postulación. Nadie sabe cómo ponerle el cascabel al gato garduño de Donald Trump.

En gran medida, Sanders y Trump son expresiones de una ciudadanía asqueada de una política de contubernio entre políticos de ambos partidos que van a Washington a servirse a sí mismos violando sus promesas de campaña y en detrimento de los grandes intereses nacionales. No en balde el nivel de aprobación de los miembros del Congreso anda por los suelos. Real Clear Politics muestra que menos del 15 por ciento de los norteamericanos consideran eficiente la labor del Congreso de los Estados Unidos.

Pero la más alucinante de las alucinaciones es el circo desplegado por las primarias del Partido Republicano. El jefe de la pista es, hasta ahora, el petulante Donald Trump. Insulta y calumnia a todo aquel que considere como un peligro a sus aspiraciones. Entre otros ataques y epítetos le dice fea a Carly Fiorina, inmaduro a Marco Rubio, incapacitado a Ben Carson y anímico a Jeb Bush. Contra este último pareció albergar su mayor animosidad cuando le dijo al periodista Gabriel Sherman que si no prosperaba su propia postulación se encargaría de que Jeb Bush no fuera jamás presidente. Después de su deplorable desempeño en los últimos debates, Trump parece sentir que su brillo se está opacando. No es posible atacar a todo el mundo todo el tiempo y no sufrir el impacto de los proyectiles de rechazo.

En sentido inverso a Trump, Carly Fiorina y Marco Rubio han ganado terreno en los últimos días. En menos de un mes, mientras Trump ha perdido 7 puntos, Fiorina ha ganado 10 y Marco Rubio 7 en el porcentaje de aprobación de los electores. Ambos han demostrado ser los candidatos con mayor talento político en las primarias republicanas. Mientras Trump habla en generalidades, Rubio y Fiorina han sido específicos y desplegado un amplio conocimiento en asuntos de economía y de seguridad nacional. Estos parecen ser los dos temas prioritarios para los electores republicanos y para una proporción mayoritaria de los independientes, que serán quienes inclinarán la balanza a la hora de las elecciones.

Por su parte, el Comité Nacional Republicano confronta la difícil tarea y la espinosa decisión de limitar el número de candidatos que participarán en los futuros debates. Once personas en una plataforma es una multitud que confunde al público, obliga a los candidatos a comprimir en pocas palabras sus posiciones políticas y limita el tiempo para que los participantes puedan desarrollar sus respectivas plataformas. Claridad y profundidad es lo que necesitan los electores para tomar una decisión inteligente a la hora de votar. La solución podría ser una regla que limite la participación en el debate a los primeros 8 en el nivel de aprobación en las encuestas. Un número mayor sería una pérdida de tiempo y un flaco servicio a los electores.

Según las encuestas más recientes sobre la posición de los candidatos en las importantes primarias de New Hampshire los primeros 8 son: Trump, Fiorina, Bush, Rubio, Carson, Christie, Kasich y Cruz. Los 7 restantes son: Paul, Huckabee, Pataky, Graham, Santorum, Jindal y Gilmore, todos hombres honorables pero, con excepción de Paul, ninguno llega siquiera al uno por ciento de aprobación. Las cifras son lo bastante elocuentes como para que estos hombres retiraran sus aspiraciones antes de hacer el ridículo, pero la vanidad de los políticos les impide muchas veces reconocer lo que les dicen sus sentidos.

Estas elecciones de 2016 podrían ser las de mayor trascendencia en el último siglo. Esta vez no se trata de candidatos y programas dentro de los parámetros sobre los que fue fundada esta nación y que han hecho de los Estados Unidos la primera potencia del mundo. Esta es una lucha ideológica entre dos mundos irreconciliables. Una lucha entre la espiritualidad y el materialismo, el individualismo y el colectivismo, la defensa de la libertad en el mundo y el aislacionismo, la confrontación de los enemigos y el apaciguamiento, el capitalismo y el socialismo. No es hora de paños tibios ni de tomar en cuenta sensibilidades individuales. Es hora de salvar al país postulando a quienes tengan mayores probabilidades de llevarlo de nuevo al rumbo por el que lo encaminaron los visionarios de 1776.